11 enero, 2013

Leer

No se si alguna vez he hablado de mi ocupación a tiempo parcial y completamente voluntaria. Me ocupo de la biblioteca de mi pueblo.
Es una biblioteca pequeña, con algo menos de 4000 volúmenes y unos cuantos ordenadores que ya eran viejos cuando nos los donaron.
Y cuando digo que es una ocupación voluntaria lo digo en sentido literal, porque no cobro nada por estar allí, simplemente voy porque adoro estar rodeada de libros. Me encanta leer, el olor del papel, y por supuesto desearia tener todas esa cantidad de libros en mi casa y no puedo.
Y ahí estoy un par de tardes a la semana esperando que entre alguien para llevarse algún libro, para que me pregunten que puedo recomendar y sobre todo por ver la cara de los más pequeños cuando les descubro algún cuento que no habían visto aún.
Pero hoy llueve mucho y estoy totalmente sola. Nadie se ha pasado hoy por aquí. No debe apetecer mucho acercarse a buscar un libro a la biblioteca, o directamente no compensa.
La gente ya casi no lee, no disfrutan de la tranquilidad que proporciona sentarse con una buena historia delante.
Yo adoro leer tranquilamente, y tengo muchos modos de hacerlo dependiendo de la época del año. En verano, si hace bueno, me encanta leer tumbada a la sombra del castaño, o sentada en un pequeño banco que hay en el porche en la casa de mis padres, siempre con un té bien fresquito. Y si hace frio cambio el té helado por uno muy caliente y me acurruco con una manta en el sofá o incluso me voy a la cama.
He perdido la cuenta de las veces que me he quedado dormida con el libro entre las manos y ese es para mi uno de los placeres de la vida.
Me sorprende tanto la gente que ha dejado de leer para cambiarlo por los videojuegos, por la televisión, por internet. Y no hablo de los que no les ha gustado nunca, que sobre gustos no opino, pero los que se han olvidado de leer, de verdad que me intrigan.

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