15 diciembre, 2009

Rompiendo la rutina

Esta mañana he empezado a asumir que en dos días se me acaban las mini vacaciones... justo cuando he empezado a asimilar que estaba de vacaciones. Y claro me han entrado las prisas porque tenía cientos de cosas por hacer y ya no me da tiempo a casi nada.
Así que hoy me he puesto a maniobrar de buena mañana. Banco, compritas que no puedo hacer normalmente y finalmente pasar la ITV a mi cochito.
Tengo que aclarar que lo de cochito es por el cariño y no por tamaño o edad. El mi pobre tiene 20 añitos de nada y es grande grande. Ha estado en mi familia desde que salió del concesionario, así que le tengo mucho aprecio. Le cuido todo lo que puedo, pero los años no pasan en balde y menos para él.
En la nave de ITV el caos de siempre, colas infernales a pesar de la cita previa y todo eso, y gente que no se entera de lo que va el tinglado. Ni que fuese demasiado complicado. En fin, que hora y media para que me dijesen que no está del todo sano el cochito. Y eso significa visita al taller y volver a pasar el suplicio de la ITV. Pero eso lo dejo para mañana, que solo de pensarlo me pongo enferma.
Después de eso me he ido a comer a la gran urbe ruidosa a la que voy un par de veces por semana. Comer sola tiene su encanto a veces, pero hoy no era buen día para la soledad y he disfrutado más bien poco del asunto. Eso sí, me he sentado al lado de una ventana y he podido observar la ciudad y a la gente que se mueve en ella. Sigue siendo algo que me resulta fascinante.
Después, y como antídoto al aburrimiento y la soledad, me he ido a la mejor librería que conozco antes de acudir al resto de mis obligaciones. He fichado un par de próximas adquisiciones y he vuelto a las calles la mar de contenta.
Bueno, contenta los tres primeros segundos, porque cuando he recordado el camino que tenía que tomar se ha esfumado esa alegría de un plumazo. Es que esta curiosa ciudad es todo una cuesta arriba, todas sus calles son inclinadas y a veces son un verdadero suplicio, porque cuando piensas que ya estás arriba ves como la siguiente calle sigue subiendo.
Así que me mentalicé y empecé el ascenso, con tan pocas ganas como se pueda uno imaginar, mirándome las botas al subir y resoplando a cada paso.
Pero menos mal que esta vida te responde a veces con pequeñas alegrías. La calle estaba desierta, ni un alma hacia arriba ni hacia abajo, ni un coche a lo lejos, ni una voz, y de pronto he visto bajar a toda velocidad una pequeña pelota sin dueño por el centro de la calle. Y me he apartado al verla pasar, como cuando alguien pasa corriendo a tu lado.
Me la he imaginado con prisa, porque llegaba tarde a algún sitio. Hasta me he inventado una historia explicando lo que le pasaba. Me giré para verla seguir bajando y botando a un ritmo acelerado. Ha sigo genial.
La verdad es que ha sido lo único que me ha hecho sonreir en gran parte del día.

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