07 junio, 2010

Efímera

Es genial poder hacer de vez en cuando cosas diferentes, cosas que me hagan no pensar en los mil y un problemas que tengo rondándome por la cabeza. Mis planes interminables, mis conflictos personales...
Ayer domingo pude hacer una pequeña excursión que llevaba soñando hacer muchísimo tiempo. Generalmente es complicado llegar a esta pequeña islita con visitas limitadas, que no es turística al uso, que no tiene playas de fina arena blanca y que en sus pocos metros cuadrados tiene muchísima historia acumulada.
Pero por fin ahí estaba yo ayer, y aunque pueda parecer una tontería me emocionó cumplir ese pequeño sueño. Fue una visita quizás demasiado corta, pero realmente muy intensa.
Ya he hablado miles de veces de mi pequeña obsesión con las piedras y de mi necesidad de tener siempre en mi bolsillo una. Está más que claro que una de las primeras cosas que pensé al llegar a la isla fue en buscar una pequeña piedrita para mi bolsillo. Creo que lo pensé incluso antes de subir al barco.
Normalmente la cosa funciona de la siguiente manera: no miro al suelo más que lo indispensable, disfruto de lo que esté viendo, tocando plantas y descubriendo cosas a mi alrededor. Pero si mi instinto me hace bajar la cabeza, entonces paro unos segundos y dedico esa fracción de tiempo a ver si a mi alrededor hay alguna piedra especial. Y no siempre es algo instantáneo que pasa tan rápido como yo quisiera, pero cuando al final la encuentro, o más bien me encuentra ella a mi, se que es única.
Ayer la encontré de esa forma, simplemente miré al suelo y allí estaba, desgastada y común desde el punto de vista de alguien que no ve más allá, pero me hizo reflexionar mucho.
Me hizo darme cuenta de lo efímera que resulta mi propia existencia. Por un instante pensé en esa piedra con sus miles de años a sus espaldas, con tanto que habrá visto y vivido en esa pequeña isla. Pensé en todas las personas que podrían haberla tenido en sus manos, igual que la tenía yo en ese momento, en los sueños que rondaban las cabezas de todos ellos igual que yo tengo los mios en en la mía. Y al compararme con la piedrita fui consciente de lo pequeña, breve y fugaz que soy.
La piedra estaba aquí mucho antes que yo, está mientras yo esté y estará aquí mucho después de que yo desaparezca.
La excursión siguió, y de allí fuimos a otra isla, mucho más turística, con playas de arena blanca y fina, y con muchas otras cosas que aportarme, pero yo me pasé el resto del día con mi nueva piedra en la mano, tratando de imaginar su vida antes de que yo la recogiera del suelo, imaginándome a que sitios la llevaré mientras esté conmigo y donde estará después de mi paso por su existencia.
Que poquita cosa soy.

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