24 junio, 2010

San Juan

Dicen que en la noche de San Juan se purifica el alma.
Yo no se si será tanto como eso, pero esta noche he purificado un poquito mi mente, que falta me hacía.
He celebrado esta noche de meigas yo sola, como hace años, con una pequeña hoguera donde he quemado todos los malos pensamientos, las angustias, y todo lo que me estaba destrozando el alma.
Tiene algo curativo el fuego. No se exactamente que es, pero quedarme quieta mirándolo me relaja, tiene algo mágico, como la noche. Me imagino todas esas cosas que me hacen sufrir consumiendose entre las llamas, y el humo que desprende disipa en el aire su recuerdo. Es visualmente la mejor medicina contra el mal del corazón.
Luego me he quedado mirando el cielo, y aunque las nubes no me dejaban encontrar ninguna estrella sabía que estaban allí. Lo mismo que la luna, grande y única.
Hacía tiempo que no me acordaba de mi luna única. Será que me da pena acordarme de otras cosas, pero bueno, ese cuento se acabó.
Y así me he quedado, sentada en el suelo, tapada con una manta y viendo como terminaban de consumirse las cenizas de mi pequeña hoguera.
Lo bueno es que este año tenía una banda sonora muy especial. Aparte de oír las olas del mar a lo lejos y los árboles agitarse al son del viento, a pocos metros de mi casa la gente del pueblo se divertía con su hoguera en la plazoleta, y sus risas me contagiaban de felicidad y ganas de reír también. Ha sido mi otra medicina.
Y he salido de casa a rodearme de gente que conozco de toda la vida, a reírme cantando, a jugar con los niños que veo cada día correteando por los caminos.
Estas son las cosas que tengo que recordar cuando no me sienta bien. Que siempre hay alguien dispuesto a ofrecerte una sonrisa y darte un abrazo cuando lo necesitas aunque ellos no lo sepan en realidad.
Supongo que es cierto que algo de mágica tiene esta noche.

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