20 septiembre, 2009

Mi pueblo

Si hay algo que me gusta de mi nueva vida en un pueblo es que todo el mundo se saluda.
Aunque no se conozcan, si dos personas se cruzan en un camino sabes que va a salir un hola de una de esas bocas. No hay duda de que será así.
Me siento más en casa que cuando vivía en una ciudad, porque en las ciudades a veces no saludan ni los vecinos. A veces ni los que viven hace años puerta con puerta.
Y luego esta la familiaridad de la gente que vive cerca de ti. Que tengo un montón de pimientos... te regalo unos cuantos. Que estas enfermo...te llevo un bizcochito para que meriendes. Que te vas de viaje... te riegan el huerto y te dan de comer a los perros. Vamos una familia muy grande.
Pero también tiene algún inconveniente....la tranquilidad. Que es maravillosa para uno mismo, que es lo que más valoro de mi vida, pero que para las señoras mayores que no salen nunca de aquí supone un aburrimiento matador.
Y cuando se aburren hablan entre ellas de lo que conocen, es decir, la gente del pueblo, de su pequeño mundo. Y el marujeo y critequeo se convierten en algo eterno y malsano. Tampoco es que me preocupe mucho, pero me he fijado en eso desde hace mucho tiempo y por fin he encontrado un antídoto para que eso no me pase.
Yo cuando siento que el aburrimiento me supera me voy a pasear por el río, o a ver esos caminos alejados, las casas que están abandonadas, y veo como todo el pueblo nace y muere a trocitos y por zonas. Y veo las fincas llenas de matorrales que antes se sembraban y ya no, y los caminos de asfalto que tapan los viejos caminos de piedra. Sin darme cuenta me paso una tarde entera sin fijarme en el reloj.
Y si el aburrimiento ya es infernal me cojo el coche y recorro los 50 km que me separan de una urbe caótica y ruidosa y me estreso a gusto.
Voy a tiendas llenas de gente, a centros comerciales donde no oigo más que gritos y barullo. Y vuelvo al cabo de unas horas agradeciendo el silencio, y la tranquilidad de mi hogar.
Infalible.

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